Es posible que estuviera borracho cuando lo encontré, porque una mañana me desperté con un papel en el bolsillo. Una palabra (ático) y un número de teléfono.
Es probable que estuviera de resaca cuando llamé o atravesando una pequeña crisis de identidad.
Es casi seguro que me empujaran frases como "a ver cuándo coño te vas del piso que cuando vienen mis suegros a vernos no cabemos en casa", una lluvia interminable, un vecindario demasiado silencioso y las ganas de un cambio.
El Palacio de Alba ha cambiado de dirección: Puerta del Rincón número 7, ático. Y de luz.
Lo habita un ser oscuro, pero es luminoso. Tiene una terraza en la que caben, sin empujones, más de diez personas de fiesta. Posee unas vistas a los tres paisajes de la ciudad: sierra, casco urbano y campiña. Un salón sin apreturas y unos ventanales por los que siempre se ve amanecer y nunca anochecer.
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