
Sólo hizo falta dejar un poco atrás el mar de hormigón, edificios, antenas y calles de la ciudad para reencontrarme de lleno con los agropensamientos.
Santa Cruz, una aldea que depende de la ciudad, un núcleo al que me acercaba de pequeño en bicicleta y que temía en la adolescencia por la brutalidad de sus habitantes, también esconde secretos.
Tiene ojos azules y tristes, mirada huidiza y gestos firmes estropeados por media dentadura de plata. Tiene un seseo terrible, un abuso de algunos vulgarismos léxicos cordobeses, pero seguridad en el discurso. Tiene unos brazos enormes, un cuello gigantesco y unas manos poderosas, con dos dedos menos en la mano derecha.
Jamás pisó una escuela, pero siempre estuvo rodeado de libros. Jamás le enseñaron valores más allá del trabajo duro en el campo, pero es uno de los mayores amantes y protectores de la cultura que conozco. Jamás tuvo una oportunidad, pero es capaz de hablarte del paleolítico, identificar a través de los cortes en el terreno si esa tierra es fértil, seca o a qué profundidad hay un pozo. Conoce todas las plantas medicinales de los últimos reductos de bosque en la campiña (ayer me enteré, por fin de qué es la mandrágora, que los griegos la usaban como anestesia en sus operaciones...)
Aprendió por una inquietud inquebrantable. De pequeño, se escapó de la herrería y sin que su padre lo supiera se convirtió en la sombra de Juan Bernier, que durante años excavó y estudió los restos de la antigua ciudad fortificada de Ategua.
Desde entonces, incansable, lucha porque se excave este yacimiento, porque se reconozca, porque su explotación dé trabajo a un pueblo con la mitad de los vecinos en paro.
Con tristeza, me cuenta la historia de Ategua, que él mismo ha leído en De Bello Civile de Julio César. Como el primer emperador de Roma acampó a 20.000 legionarios al Sur de Corduba, cómo sometió a asedio a una ciudad con murallas de 30 metros de altura que todavía hoy son visibles, como sobrevivió a las lluvias, a la falta de víveres. Cómo después asaltó Corduba, la incendió, regó sus campos de sal para que su población pasara hambre...
Con más tristeza, me cuenta que desde hace años clama en el desierto. Que nadie le hace caso. Que el Ayuntamiento tiene muy buena voluntad, pero que el yacimiento es de la Junta de Andalucía, que prefiere volcarse en Medina Azahara. Cómo ya, a su vejez, tiene miedo. "Antes no me tumbaba nadie, pero ahora no me atrevo a salir sólo" a luchar contra los expoliadores, los 'piteros' que inundan la zona en busca de tesoros "que muchas veces encuentran". "Mis hijos ya no me dejan, me piden que abandone, pero no puedo...". "Ategua se muere si te vas", es lo único que se me ocurre responderle.
Y el que se fue fui yo. Pero me llevé su teléfono y las ganas de seguir descubriendo a un hombre que no tuvo oportunidades, pero que, sin caer en el tópico, sabe mucho más que miles de catedráticos españoles.
4 comentarios:
El primer emperador de Roma (legalmente) fue Octavio. Julio César acumuló casi todos los poderes posibles, por lo que se le ha considerado emperador pero, a ¿efectos legales?, murió antes de que desapareciera la República. Octavio recibiría más tarde todos los poderes que acumuló Cayo y algunos más.
P.D: Dime que no me quieres...ahora mira la hora a la que te escribo.
Sir Edgar, sabes que te amo. Pero me amarás mucho más cuando te lleve a Ategua. En serio, es un sitio chulísimo que acabo de descubrir y con el que disfrutará nuestro nunca bien ponderado amigo Barroso... ¡César, César, César!
Hace unas semanas mi padre me estuvo hablando de Ategua y de lo olvidado que está el yacimiento, que yo desconocía (y bastante gente, por lo que he preguntado). Casualidades.
Me siento ultrajado por el ultimo anuncio que se puede leer al final de su blog. Reclamare, no lo dude.
P.D: Los fallos gramaticales se deben a que el ordenador de mi hermana esta desconfigurado.
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