He visto muchas ciudades, he estado en cuatro continentes y en 15 países. Pero conocer, conozco pocos lugares en el mundo. He visto Sidney, Melbourne, Atenas, Delfos, París, Londres, Roma, Barcelona, Túnez... Pero conozco poco: Córdoba (como la palma de mi mano), Sevilla, Granada, Málaga, Madrid, algo de Estambul, un poquito de El Cairo y ahora, sobre todo, Nápoles.
Conocer no es ver. Conocer es hablar con las gentes de un lugar, descubrir sus inquietudes, sus problemas, sus aspiraciones, sus frustraciones, sus triunfos, sus anhelos, sus miedos y derrotas. Su historia. Sus pequeños rincones. Sus mejores y peores restaurantes. Sus problemas y grandezas. Sus miserias. Sus sueños. Su futuro. Su presente. Su pasado, pretérito y hasta pretérito imperfecto del subjuntivo.
Heródoto conoció el mundo. Llegó a los sitios, descubrió, contrastó y luego escribió. El primer reportero de la historia, como lo bautizó Kapucinski.
Conocí Nápoles. Gracias a los napolitanos (especialmente a una). Pregunté, pregunté y pregunté. Conocí por fin cuál es el verdadero problema de la basura, el motivo del retraso económico del Sur de Italia y también, porqué no, su atractivo. Sus tremendos problemas, su hastío. También su encanto. Su manera feliz de sobrevivir, de encogerse de hombros y tirar pa'lante. Y de disfrutar de la vida, ya sea tostándose al sol sobre una roca del puerto o sucumbiendo al placer de la mejor gastronomía del mundo (esto no es demagogia).
Luego llegué a Roma y la vi. A la ciudad, a sus maravillas patrimoniales y a unas hordas de turistas invasores.
1 comentario:
Me lo dijo Marcella la primera vez que fui: o la amas o la odias. Yo la amé, y la segunda vez que fui también la amé, y la próxima que vaya también la amaré, porque me encantó Nápoles, y veo que tú también la amas, no? Un abrazo piltrafilla.
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