La izquierda

Derrumbado, triste y desconsolado me hallaría en esta noche fría de invierno cordobés si ya no estuviera acostumbrado a los palos a mi ideología y conciencia que me da en esta augusta ciudad la izquierda, así, con negritas de sustantivo contundente.

Llevo unos días mirando a Francia, donde la izquierda no es ejemplo de mucho, últimamente, la verdad, con añoranza. Los mismos que salían a la calle en manifestación cuando Bush hijo, injusto presidente de EEUU, visitaba el país vecino, tomaron París hace no mucho cuando el hiperactivo Sarkozy recibió en el Elíseo a Muammar Al-Gadafi. Gritaban lo que todo el mundo de izquierdas de verdad sabe, que es tan malo como Bush, un cabrón, que financiaba a Septiembre Negro para reventar aviones llenos de gente inocente o volar por los aires embajadas en Nairobi. Eso sí, al abrigo de una revolución islámico-socialista muy extraña, la verdad, que lo ha perpetuado 40 años en el poder. Bueno, lo que todo el mundo sabe.

O no. Aquí en Córdoba, la única capital de provincia de España gobernada por Izquierda Unida (esta vez sin negrita) parece que no se han enterado. Por lo bajini, el Ayuntamiento ha estado chorreando porque Gadafi visitara Córdoba (y Granada, y Sevilla, añadían), se postrara ante la Mezquita, contemplara las 10.000 parcelas que acosan Medina Azahara... Vamos, tanto que han estado a punto de cederle el Patio de los Naranjos para que instalase su histriónica jaima. Mientras crecía mi indignación, mis amigos del Gobierno se echaban las manos a la cabeza. "Pero, pero...", acertaba a chapurrear ante uno de los cargos del munícipe gobierno cordobés. "Tío", respondía, convencido, líder de IU, promotor de manifestaciones anti-Bush, con carné del PCE desde hace más de dos décadas, "y la importancia que tiene ver a Gadafi en Córdoba para nuestro turismo".

Plof (Onomatopeya de su dignidad cayendo a mis pies).

Post Data Brutal (P.D.B.): Escribí esta perorata anoche, minutos antes de salir del periódico. En la puerta me encontré con uno de esos gorrillas de los que me he hecho amigo, cuya historia (de drogas, cárcel, violencia familiar y alcoholismo) algún día escribiré. El gorrilla, que cada noche duerme en un cajero distinto, llevaba una bolsa llena de comida que le acababa de entregar Cáritas. Indignado, me insiste: "Escribe esto en tu periódico: En Córdoba, la única ciudad roja de España, nos tiene que dar de comer la Iglesia".