Moustafá (Moustafa-dor para los andaluces) nos habla en un inglés fluido. Nos habla de Egipto, de los refugiados iraquíes, de la inflación que los está matando, de la guerra del Yom Kipur... Nos habla y nos mira. Gira la cabeza a la vez que acelera, frena, dobla el volante o pita con el claxon (todo, aunque parezca contradictorio, lo puede hacer a la vez) Y sonríe y nos hace bromas.
Nos cae bien, a pesar de que al final del viaje descubrimos que nunca ha mirado por los retrovisores y que tampoco lo hemos visto parado en un semáforo. Pero hemos llegado pronto a los sitios, hemos salvado atascos a través de huecos imposibles y nos hemos reído. Nos cae bien, a pesar de que nos ha llevado a una tienda de caballos de sus colegas, ha intentado cobrar comisión a nuestra costa si hubiéramos comprado alfombras y ha comido by the face al llevarnos a un restaurante friendly (Eso sí, la comida estaba muy buena).
Pero llega el final y Moustafá se convierte en Moustafa-dor. Nos quiere cobrar 50 libras demás. Ra, y su recién adquirido desparpajo en el regateo al taxista, discute. Lo convence. Habíamos quedado en 200. Es verdad, los turistas somos parte de las migajas de este país pobre. Me sorprende que la gente pase hambre y no haya nadie que te robe.
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