martes, 22 de mayo de 2007

Rayos, truenos y centellas




De repente creí estar en la Cuba azotada por los huracanes. Lo teníamos todo. Una bandera de Cuba del tamaño del Vaticano, miles de fotografías del Che, otra más coqueta de Fidel Castro, música salsa, negros fornidos bailando como posesos y conquistando a mujeres de tez pálida con el canal de Panamá entre las piernas. Teníamos hasta una choza playera en la que sólo podías beber ron Liberación, daikiris o mojitos. Estábamos rodeados incluso de comunistas, de esos que se saben la Internacional y que levantan el puño izquierdo cuando la cantan. Era la Feria de Córdoba, Izquierda Unida agasajaba a los periodistas en el rincón cubano y de repente llegó el huracán.
Apoyado en una barra sobre la que no paraba de reír levanté la mirada de forma impulsiva y en el horizonte de la caseta vi a Irene y Paco señalando al cielo. Una centésima después su figura se iluminó y el relámpago me cegó. El trueno se escuchó por encima de los 120 decibelios que despedían en forma de salsa los altavoces del Rincón Cubano. Dos minutos después llegó el viento.
Las faldas se levantaban y los sombreros de paja volaban sin que sus dueños hicieran amago de perseguirlos. Estaban asustados. Divertido, me asomaba a la puerta (que en ese momento era como mirar de cara al infierno), y contaba el tiempo que pasaba entre relámpago y relámpago. Nunca fueron más de tres segundos.
La tormenta nos alcanzó de madrugada, con el personal etilizado. Algún borracho se atrevió a salir a la calle a bailar la danza de la lluvia diez segundos antes de que el cielo se derramara.
Comentaba la evolución de la tormenta con el coordinador provincial de IU, Enrique Centella, valga la redundancia, cuando un pequeño tsunami amenazaba con alcanzar nuestros tobillos. A cubierto bajo la carpa del Rincón Cubano el lago en que se había convertido el recinto del Arenal invadía nuestra pequeña isla. La gente se apelotonaba en los lugares aún secos mientras los camareros y los voluntarios achicaban el agua. Y entonces se fue la luz.
La noria (¿había alguien montado en la noria?) se paró. La música se interrumpió y entre trueno y trueno se escuchaba un murmullo de preocupación.
Una hora después habíamos sobrevivido. El Arenal era una ciénaga y las casetas un barrizal, pero con ese mal entendido senequismo cordobés nos miramos, nos encogimos de hombros y nos pedimos otro cubata.

3 comentarios:

Caesares8 dijo...

Aquí, en Andalucía del norte, un poco más acostumbrados a un pequeño temporal de esos, lo más probable es que al irse la luz alguien dijese: "vamos a por otra copa antes de que se derritan los hielos".

Alfonso Alba dijo...

Los gallegos del Sur, que nos asustamos con cualquier cosa. Aparte, se me olvidó comentar que luego, a lo largo de la noche, entramos (¿navegamos?) en una caseta en la que a los camareros les llegaba el agua por la cintura... Nos fuimos porque se les había derretido el hielo

Capitán Cook(ing) dijo...

Illo, qué exagerao que eres! parece mentira que seas gallego del sur! Por cierto, mensaje para Edgar: Qué has hecho con los comentarios de Brumas, que ya no se pueden dejar. Mensaje para Er niño: PUTA!!!