lunes, 2 de abril de 2007

Entrada triunfal en España


Lejos de querer emular a Jesucristo a su llegada a Jerusalén, mi regreso a la patria apenas tiene nada que envidiar a la Pasión que tuvo que padecer Nuestro Señor para salvar a los pecadores del mundo. Todo fue sobre ruedas hasta que me despedí de Rafa (mi talismán) en el aeropuerto de Sydney. Una vez dentro del avión, las estrecheces de un aparato preparado para 400 personas, el retraso de la salida en hora y media y la compañía de una señora que se movía más que un saco de ratones hizo que mi resfriado y mi temperatura corporal se dispararan. Tras ocho horas de vuelo, aterrizamos en Singapur donde, acostumbrado a perderme en los aeropuertos asiáticos, me despisté, pero hora y cuarto después y con muchos apuros conseguí volver al avión.
Trece horas y media más tarde (¡Trece horas y media!) aterricé en Londres donde a codazo limpio adelanté como que a 200 pasajeros, me colé en el bus que me cambiaba de terminal y tras pasar tres controles antiterroristas (explosivos, líquidos y metales) entré en el glorioso avión que me devolvería a la querida España cinco minutos antes de que las azafatas cerraran las puertas. Fue entonces cuando comenzó la tortura (sólo me faltó el romano que me clavaba la lanza en el pulmón y la crucifixión).
Tras dos horas esperando pista (y por tanto encerrado en el avión), despegamos en mitad de un mar de turbulencias (tengo dos contracturas nuevas) hacia Madrid. Pese al cansancio acumulado, el optimismo que me produjo el llegar a España se disipó poco a poco, mientras iba comprobando como mi maleta no salía por donde tenía que hacerlo. Me la habían perdido en Londres.
Jurando en cristiano me pillé un taxi porque quería coger cuanto antes el AVE (el de las 14.00) llegar a mi casa, comerme un bocadillo de jamón del tamaño de Bélgica y dormir 24 horas, pero ¡era Viernes de Dolores! y la cola de pasajeros de Atocha llegaba a Chamartín. No había trenes. El nivel de mis juramentos fue in crescendo mientras pensaba en la solución. Cruzar Madrid, pillar un autobús y rezar durante seis horas más (¡Seis horas más!) en un nuevo viaje interminable. Lo conseguí.
Llegué a mi casa a las 23.00 del Viernes (salí el jueves a las 07.00, hora española), famélico, muy cansado y harapiento. Tardé 12 microsegundos en dormirme. Superado el jet-lag, hoy, al tercer día, resucité.

2 comentarios:

Iñaki dijo...

La Semana Santa tiene estás cosas. Un Viernes de Dolores es la fecha más propicia para iniciar un Via Crucis tan particular como el tuyo. Quédate con lo bueno: ya estás con el rebaño que te vio nacer, crecer y estropearte con el paso de los años. Sobre la propuesta emitida, estoy dispuesto a caer en el pecado de la carne (de ternera o de cerdo) cuando gustéis y el día lo permita (el jueves toca lidiar con ingleses en la Bombonera nervionense).

Formulo preguntas, espero respuestas y el hambre aprieta.
BIENVENIDO MAESE ALBA

FIRMADO: EL SEÑOR PONS

Caesares8 dijo...

Amigo, hoy comienza mi odisea personal: Sydney-Bangkok-London-Madrid-Vigo. Eso yo, a ver mi maleta.