domingo, 4 de marzo de 2007

Celebración en el Pizjuán


Era el minuto 60 de la segunda parte. En el otro extremo del Sánchez Pizjuán Iñaki me decía que sí, que esta falta era buena y que Alves la metería. Junto a mí, un hombre de unos 40 años, delgado, pelo rizado y canoso y al que no conocía de nada miraba para abajo. "Yo me iba ahora mismo a mi casa con el 1-1". Y entonces, todo sucedió muy rápido. Alves metió el gol y el estadio entero rugió. Contaminado, comencé a saltar. Miré a mi izquierda e Iñaki, tras levantar en volandas a sus padres se me abrazó. Miré a mi derecha, y el hombre al que no conocía de nada rodeó mi cuerpo con sus brazos. Lo comprendí. Yo también lo abracé. Qué más da. Qué importa que él llegase al estadio si a lo mejor había discutido con su mujer, qué importa si llevaba seis meses en el paro, qué importa si llevaba años comprendiendo que sus sueños y propósitos de vida estaban rotos. En ese momento era feliz y todo lo demás sólo le importaría después del partido.

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