Pelo negro enmarañado. Botas altas. Camiseta negra ajustada. Luces rojas de discoteca. Una botella de cerveza volcada. Una mueca de tristeza.
La imagen de Yaeli estallaba en la cabeza de Ari. Pero era lo único que tenía. Esa imagen. Ese recuerdo. Ese instante. Lo único a lo que agarrarse. En su desesperación, sin ese sueño, sin esa ilusión, se habría pegado un tiro. Era lo único que lo ataba a la vida en Beirut.
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